Arnold Toynbee |
En 1950, Arnold Toynbee[1]
ya denunciaba el Holocausto Palestino: «Si
ha de medirse la iniquidad del pecado por el grado en que el pecador peca
contra la luz que Dios le otorgó, los judíos tenían aún menos excusa en 1948
d.C., para expulsar a los árabes palestinos de su patria, que Nabucodonosor,
Tito, Adriano y la
Inquisición española y portuguesa para desarraigar, perseguir
y ex-terminar a judíos de Palestina y de cualquier otra parte, en diversas
épocas del pasado. En 1948 d.C., los judíos sabían, por experiencia propia, lo
que estaban haciendo y su tragedia suprema estribaba en que la lección que
aprendieron en su encuentro con los gentiles alemanes nazis les sirviera no
para eludir, sino para imitar algunas de las maldades que los nazis cometieron
contra los judíos. En el día del Juicio Final, acaso el crimen más grave de que
deban dar cuenta los alemanes nazis fuera no el haber exterminado a la mayoría
de los judíos occidentales, sino haber determinado que el resto sobreviviente
del judaísmo pecara tan gravemente. Los judíos fueron en Europa de 1933 a 1945 d.C. las
víctimas indirectas del resentimiento de los alemanes por la derrota militar
sufrida frente a sus congéneres gentiles occidentales, en la guerra de 1914-18;
los árabes de Palestina se convirtieron, a su vez, en 1948 d.C., en las
víctimas indirectas de la indignación de los judíos europeos por el genocidio
que cometieron con ellos sus congéneres gentiles occidentales en 1933-45 d.C.
El impulso a cometer delito que tiene un vecino más fuerte, cuando causa a un
vecino inocente más débil los mismos sufrimientos que él mismo experimentó a manos
de otro más fuerte, es acaso la más malvada de todas las bajas inclinaciones de
la naturaleza humana.»[2]
Heinrich Himmler,
jefe de las SS del Tercer Reich, y Benjamin Netanyahu, primer ministro de
Israel.