sábado, 10 de marzo de 2012

Capítulo XLIV - La Industria del Holocausto y el mito del eterno antisemitismo

Norman G. Finkelstein[1] expone en su libro «La Industria del Holocausto: Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío», la tesis de que la memoria del Holocausto no comenzó a adquirir la importancia de la que goza hoy día hasta después de la guerra árabe-israelí de 1967. Esta guerra demostró la fuerza militar de Israel y consiguió que Estados Unidos lo considerara un importante aliado en Oriente Próximo. Esta nueva situación estratégica de Israel sirvió a los líderes de la comunidad judía estadounidense para explotar el Holocausto con el fin de promover su nueva situación privilegiada, y para inmunizar a la política de Israel contra toda crítica. Finkelstein sostiene que uno de los mayores peligros para la memoria de las víctimas del nazismo procede precisamente de aquellos que se erigen en sus guardianes.
Naomi Wimborne-Idrissi y el profesor Norman Finkelstein durante una exposición a favor de Palestina el viernes 11 de noviembre de 2011, en el University College de Londres. Se puede leer un banner en inglés que reza: “Es Kosher (o sea, es legítimo según la Ley Judía) boicotear las mercaderías israelíes. Dice NO a la injusticia”
Basándose en una gran cantidad de fuentes hasta ahora no estudiadas, Finkelstein descubre la doble extorsión a la que los grupos de presión judíos han sometido a Suiza y Alemania y a los legítimos reclamantes judíos del Holocausto. Denuncia que los fondos de indemnización no han sido utilizados en su mayor parte para ayudar a los supervivientes del Holocausto, sino para mantener en funcionamiento «la industria del Holocausto».
Gizella Weisshaus, una sobreviviente del Holocausto, denuncia: «Yo presenté la primera de las demandas contra 105 bancos suizos para solicitar indemnización por el Holocausto. Es necesario que se diga la verdad con respecto a los fondos de indemnización. Las grandes organizaciones judías han estafado a los supervivientes del Holocausto, muchos de los cuales viven en la pobreza. Pero nadie se interesa por la documentación relacionada con este escándalo. Norman Finkelstein ha roto, al fin, este silencio. Exhorto a todo el mundo a leer este libro en el que se relata la verdadera historia de nuestro sufrimiento.»[2]
Norman Finkelstein se solidariza con Sami Amin Al-Arian y su familia (esposa Nahla, hija Leila e hijo Abdallah) en una visita a su domicilio. El Dr. Sami Amin Al-Arian es un ingeniero de sistemas palestino nacido en Kuwait con residencia en Northern Virginia (EE.UU.). Activista musulmán y ex profesor de la University of South Florida, fue acusado de terrorista en febrero de 2006 por apoyar a la organización de resistencia palestina Yihad Islámica. Luego de diversos procedimientos judiciales se le dio una sentencia temporal de arresto domiciliario mientras aguarda su juzgamiento definitivo.
«La subordinación de Israel al poderío estadounidense fue un regalo caído del cielo para las elites judías de EE.UU. El sionismo había surgido de la premisa de que pensar en la asimilación era levantar castillos en el aire, y de que los judíos siempre serían percibidos como extranjeros potencialmente desleales. Para resolver este dilema, los sionistas aspiraban a crear una patria judía. Sin embargo, la proclamación del Estado de Israel vino a exacerbar el problema, al menos para los judíos de la diáspora, pues dio expresión institucional a la acusación de la doble lealtad. Paradójicamente, a partir de junio de 1967, Israel ‘facilitó’ la asimilación en estados Unidos: desde entonces, los judíos pasaron a formar parte de la vanguardia defensiva de EE.UU. —e incluso de la “civilización Occidental”— en contra de las retrógradas hordas árabes. Así como antes de 1967 hablar de Israel era invocar al fantasma de la doble lealtad, después de la guerra de los Seis Días, Israel pasó a significar lealtad máxima. A fin de cuentas, eran los israelíes, y no los estadounidenses quienes combatían y morían para proteger los intereses de EE.UU. Y, a diferencia de los reclutas de la guerra de Vietnam, los combatientes israelíes no fueron humillados por advenedizos tercermundistas.[3] Por todo esto, las elites judeo-estadounidenses descubrieron repentinamente a Israel. Después de la guerra de los Seis Días, ya se podía celebrar la pujanza militar de Israel, pues sus armas apuntaban en la dirección correcta, es decir, en contra de los enemigos de EE.UU. Hasta entonces, la única baza de las elites judías había sido ofrecer listas de judíos subversivos; ahora podían presentarse como el interlocutor natural del valor estratégico más recientemente adquirido por Estados Unidos. Quienes fueron actores de segunda fila habían saltado a la letra grande de las carteleras del drama de la guerra fría. Así pues, Israel se convirtió en una valor estratégico no sólo para Estados Unidos, sino también para la comunidad judía estadounidense.»[4]
Finkelstein en una conferencia auspiciada
por el Centro del Retorno Palestino de Londres
 (http://www.prc.org.uk/newsite/en) en 2010
El Dr. Finkelstein nos confirma que en el seno de la comunidad judía estadounidense continúa vigente la ideología racista heredada del concepto del Blut und Boden de los nazis: «Según el novelista Philip Roth,[5] lo que hereda un niño judío estadounidense no es “un corpus legislativo, ni un corpus de conocimientos, ni un lenguaje, ni tampoco un Dios…, sino un tipo de psicología: y esa psicología puede traducirse en cuatro palabras: “los judíos somos mejores”.[6] Como veremos a continuación, el Holocausto era la versión negativa del jactancioso éxito mundano: servía para validar la condición de pueblo elegido de los judíos.»[7]
El esquema de la Industria del Holocausto concibió al antisemitismo como un odio gentil estrictamente irracional hacia los judíos. El invocar al Holocausto fue, por lo tanto, una maniobra de los sionistas para deslegitimar toda crítica hacia Israel: cualquier crítica sólo podía surgir de un odio patológico.
«Apropiándose de un principio básico del sionismo, la estructura del Holocausto presenta la solución final de Hitler como el clímax del milenario odio gentil a los judíos. Los judíos perecieron porque todos los gentiles, ya fueran perpetradores o colaboradores pasivos, deseaban que murieran. Según Wiesel,[8] “el mundo libre y civilizado” puso a los judíos en manos “del verdugo. Hubo quien actuó como asesino y quien guardó silencio.”[9] 
George Bush y Elie Wiesel
No hay la menor evidencia histórica que respalde la existencia de ese impulso asesino de los gentiles. El laborioso esfuerzo de Daniel Goldhagen[10] por demostrar una variante de esta argumentación en Hitler’s Willing Executioners puede considerarse como mucho literatura cómica.[11] Lo cual no impide que la utilidad política de esta línea de argumentación sea considerable. Podría señalarse, de paso, que la teoría del “eterno antisemitismo” en realidad resulta práctica para los antisemitas. Como comenta Arendt en Los orígenes del totalitarismo, “el que esta doctrina fuera adoptada por los antisemitas profesionales es absolutamente lógico; proporciona la mejor coartada posible para todo tipo de atrocidades. Si es cierto que la humanidad lleva más de dos mil años empeñada en asesinar a los judíos, matar a los judíos debe de ser una ocupación normal, e incluso humana, y el odio a los judíos queda justificado sin necesidad de recurrir a argumentación alguna. Lo más sorprendente con respecto a esta explicación es que ha sido adoptada por muchísimos historiadores objetivos y por un número de judíos aún mayor”.[12] 
Obama y Elie Wiesel
El dogma del Holocausto del eterno odio gentil ha valido para justificar la necesidad de un Estado judío como para dar cuenta de la hostilidad dirigida contra Israel. El Estado judío es la única salvaguarda posible contra el próximo (e inevitable) estallido de antisemitismo homicida; y, a la inversa, el antisemitismo homicida está detrás de todo ataque e incluso detrás de toda maniobra defensiva en contra del Estado judío. La novelista Cynthia Ozick[13] dio una explicación sencilla de las críticas a Israel: “El mundo quiere eliminar a los judíos […], el mundo siempre ha querido eliminar a los judíos.”[14] Si todo el mundo desea que los judíos desaparezcan, lo realmente extraño es que sigan vivos… y que, a diferencia de buena parte de la humanidad, no estén precisamente muriéndose de hambre. Por otra parte, este dogma ha conferido a Israel licencia absoluta para obrar a su antojo: puesto que los gentiles siempre están empeñados en asesinar judíos, éstos tienen todo el derecho a protegerse comoquiera que lo estimen conveniente. Sean cuales fueren los métodos a que recurran los judíos más expeditivos, incluidas la agresión y la tortura, todo constituye una legítima defensa. Deplorando la “lección” del eterno odio gentil que ha extraído del Holocausto, Boas Evron[15] observa que “es a todas luces equivalente a cultivar deliberadamente la paranoia […] Esta mentalidad […] persona de antemano cualquier trato inhumano que se inflija a los no judíos, ya que la mitología dominante sostiene que ‘todo el mundo colaboró con los nazis para destruir a la comunidad judía’. Y, en consecuencia, los judíos lo tienen todo permitido en su relación con otros pueblos.”[16] [..] Al eximir a los judíos de toda culpa, el dogma del Holocausto inmuniza a Israel y a toda la comunidad judía estadounidense contra la censura legítima. […] Veamos lo que dice Wiesel sobre la persecución de los judíos: “Durante dos mil años […] siempre estuvimos amenazados […]. ¿Por qué? Por ningún motivo.” O sobre la hostilidad árabe hacia Israel: “Debido a que somos quienes somos y a lo que nuestra patria, Israel, representa (el corazón de nuestras vidas, el sueño de nuestros sueños), cuando nuestros enemigos traten de destruirnos, lo harán tratando de destruir a Israel.” […] Siempre castigado, siempre inocente: tal es la carga de ser judío.”[17]
El presidente Bush junto al presidente Shimon Peres y al primer ministro Ehud Olmert en el Museo del Holocausto en Jerusalén, el viernes 11 de enero de 2008
Chaumont[18] señala con acierto que este dogma del Holocausto es muy eficaz para conferir mayor aceptabilidad a otros crímenes. La insistencia en la radical inocencia de los judíos —por ejemplo, la ausencia de cualquier motivo racional para su persecución, y no digamos ya para su aniquilación— hace que “se presuponga un estatus ‘normal’ para otras persecuciones y asesinatos que se den en otras circunstancias, y se crea así una división de facto entre los crímenes incondicionalmente intolerables y los crímenes con los que uno debe —y, por tanto, puede— convivir.”[19] […] En el marco de referencia del Holocausto, el dogma del eterno odio gentil valida asimismo el dogma complementario de la singularidad. Si el Holocausto señaló el clímax del milenario odio gentil a los judíos, la persecución de los no judíos durante el Holocausto fue algo meramente accidental, y la persecución de los no judíos a lo largo de la historia no pasa de ser episódica. Se mire por donde se mire, el sufrimiento judío durante el Holocausto fue excepcional. El sufrimiento judío fue único por que los judíos también lo son. […] El motivo del odio que los judíos inspiraban al mundo gentil era la envidia, los celos: el resentimiento. Según Nathan y Ruth Ann Perlmutter, el antisemitismo surgió de “los celos y el resentimiento que sentían los gentiles porque los judíos superasen a los cristianos en el mundo mercantil […] Los judíos, mejor dotados y en inferioridad numérica, inspiraban rencor a los gentiles, peor dotados y mucho más numerosos.”[20] Así pues, aunque fuera de una manera negativa, el Holocausto vino a confirmar la condición de pueblo elegido de los judíos. Como los judíos son mejores, o tienen más éxito, sufrieron la ira de los gentiles, que luego los asesinaron. En un breve aparte, Novick[21] se pregunta: “Que se diría del Holocausto en Estados Unidos” si Elie Wiesel no fuera su “principal intérprete?”[22] No es difícil dar con la respuesta: antes de la guerra de 1967, el mensaje universalista de Bruno Bettelheim,[23] superviviente de los campos de concentración, tenía gran resonancia entre los judíos estadounidenses. Después de la guerra de junio, se arrinconó a Bettelheim para entronizar a Wiesel. La preeminencia de Wiesel está en función de su utilidad ideológica. Singularidad del sufrimiento judío/singularidad de los judíos, gentiles siempre culpables/judíos siempre inocentes, defensa incondicional de Israel/ defensa incondicional de los intereses judíos: Eli Wiesel es el Holocausto.»[24]
Elie Wiesel no solamente es el ejemplo por antonomasia de la Industria del Holocausto sino el modelo del servidor incondicional del Imperio Norteamericano, sea bajo la versión republicana de Bush o la versión demócrata de Obama. También es un negacionista sistemático de los derechos inalienables del pueblo palestino. En una larga entrevista con el ex presidente francés François Mitterrand (1916-1996), Wiesel le transmitía su escabroso punto de vista: «Hace mucho que usted repite que conviene reconocerles una patria a los palestinos. ¿Pero cómo hacerlo? Es un terreno minado. Hay tanta esperanza ligada a tanto sufrimiento. Parece una enfermedad incurable. Tal como hay enfermedades que los médicos consideran incurables, así deberían considerar esto los hombres de Estado. No creo que este problema se pueda resolver fácilmente entre israelíes y árabes, incluso a pesar de que hoy se haya firmado un acuerdo. […] ¿Conoció a los grandes jefes de Israel? Ben Gurion, Golda Meir, Begin, Moshe Dayan…»[25]
Elie Wiesel, un Premio Nobel de la Paz que declara la grandeza de Ben Gurion y Begin: dos terroristas que trabajaron codo a codo con los nazis dándoles la espalda a centenares de miles de judíos que fueron a parar a los campos de la muerte por cometer el pecado imperdonable de no avenirse a los dictados del sionismo.



Norman Finkelstein es uno de los mejores analistas del conflicto en Palestina, el como judio, repudia las acciones de Israel, su obra merece ser difundida.


[1] Norman Gary Finkelstein (1953) es un experto en ciencia política y autor estadounidense, especializado en asuntos relacionados con el judaísmo, Israel y el sionismo, y con el conflicto palestino israelí en particular. Creció y se educó en Nueva York. Se graduó por la Binghamton University y se doctoró en Ciencia Política por la Universidad de Princeton. Ha escalado todas las posiciones académicas en el Brooklyn College, Rutgers University, Hunter College, New York University, y más recientemente, DePaul University, en donde fue profesor asistente desde 2001 a 2007. Finkelstein ha escrito sobre las experiencias de sus padres durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre, Maryla Husyt Finkelstein, creció en Varsovia, Polonia, y sobrevivió al Ghetto de Varsovia, al Campo de concentración de Majdanek y a dos campos de trabajo esclavo. El padre de Norman, Zacharias Finkelstein, fue un sobreviviente tanto del Guetto de Varsovia como del Campo de concentración de Auschwitz. Sus padres fallecieron en 1995. Su último libro es “Beyond Chutzpah: On the Misuse of Anti-Semitism and the Abuse of History” —Más allá del Chutzpah: sobre el abuso del antisemitismo y el maltrato de la Historia”— (Berkeley, CA: University of California Press, 2007). Audacia, desfachatez, atrevimiento, descaro, cualquiera de estas palabras puede definir el término “chutzpah” en yiddish, tanto con significados positivos cuanto negativos. Pero como el profesor Norman Finkelstein demuestra en su nueva obra, hay gentes que se inclinan por la acepción más negativa de chutzpah.
[2] Gizella Weisshaus - Air date: 03-11-08, Conversations with Harold Hudson Channer: http://www.youtube.com/watch?v=KCYDlffiBsc&feature=player_embedded#!
[3] Véase un bosquejo de mi argumentación en Hannah Arendt, “Zionism Reconsidered”, Menorah Journal 32, Cambridge, Mass., October-December 1945, pp. 162-196.
[4] Norman G. Finkelstein, La Industria del Holocausto: Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío. Madrid: Siglo XXI de España Editores, 2002, pp. 25-27.
[5] Philip Milton Roth (1933) es un escritor estadounidense de origen judío, conocido por sus novelas, cuentos y ensayos.
[6] Charles E. Silberman, A Certain People: American Jews and Their Lives Today. New York: Summit Books, 1985, pp. 78, 80, 81.
[7] Norman G. Finkelstein:2002, p. 40.
[8] Eliezer Wiesel (1928) es un escritor húngaro de nacionalidad rumana superviviente de los campos de concentración nazis. Fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986. Actualmente reside en EE.UU.
[9] Elie Wiesel, And the Sea Is Never Full: Memoirs, 1969. New York: Knopf, 1999, p. 68.
[10] Daniel Jonah Goldhagen (1959) es un escritor estadounidense y ex profesor asociado de ciencias políticas y sociología de la Universidad de Harvard.
[11] Daniel Jonah Goldhagen, Hitler’s Willing Executioners. New York: 1996 [Los verdugos voluntarios de Hitler. Madrid: Taurus, 1998]. Véase una crítica en Norman G. Finkelstein y Ruth Bettina Birn, A Nation on Trial: The Goldhagen Thesis and Historical Truth. New York: Holt Paperbacks, 1998.
[12] Hannah Arendt, The Origins of Totalitarianism. New York: Harcourt, Brace & Company, 1951, p. 7.
[13] Cynthia Ozick (1928) es una novelista y ensayista estadounidense de origen judío.
[14] Cynthia Ozick, “All the World Wants the Jews Dead”, Esquire 82, November 1974, pp. 101-104.
[15] Boas Evron (1927) es un periodista israelí, crítico del sionismo y del Estado de Israel. Trabajó en los periódicos Haaretz (1956-1964) e Yediot Aharonot (1964-1992).
[16] Boas Evron, Jewish State or Israeli Nation? Bloomington, IN: Indiana University Press, 1995, pp. 226-227.
[17] Elie Wiesel, Against Silence: The Voice and Vision of Elie Wiesel. New York: Schocken Books, 1988, Vol. 1, pp. 255, 384.
[18] Jean-Michel Chaumont (1958), es un filósofo, sociólogo y escritor belga.
[19] Jean-Michel Chaumont, La concurrence des victimes: Génocide, identité, reconnaissance. Paris: 
[20] Nathan y Ruth Ann Perlmutter, The Real Anti-Semitism in America. New York : Arbor House, 1982, pp. 36, 40. 
[21] Peter Novick (1934-2012), historiador estadounidense. 
[22] Peter Novick, The Holocaust in American Life. New York: Mariner Books, 2000, p. 351, n19. 
[23] Bruno Bettelheim (1903-1990) fue un psicólogo infantil austriaco. Como judío en Austria, desde 1938 hasta 1939, fue internado en los campos de concentración de Dachau y de Buchenwald, pero su libertad fue comprada antes de que la Segunda Guerra Mundial comenzara. Llegó a Estados Unidos en 1939, y se naturalizó en 1944. Allí ejerció como profesor de psicología en la Universidad de Chicago desde 1944, hasta su retiro en 1973. También obtuvo un título en filosofía. Luego de enviudar en 1990, diversos trastornos físicos y psicológicos lo llevaron a suicidarse.
[24] Norman G. Finkelstein:2002, pp. 56-62.
[25] François Mitterrand y Elie Wiesel, Memoria a dos voces. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1996, pp. 82, 83 y 86.