Norman G. Finkelstein
expone en su libro «La
Industria del Holocausto: Reflexiones sobre la explotación
del sufrimiento judío», la tesis de que la memoria del Holocausto no comenzó a
adquirir la importancia de la que goza hoy día hasta después de la guerra
árabe-israelí de 1967. Esta guerra demostró la fuerza militar de Israel y
consiguió que Estados Unidos lo considerara un importante aliado en Oriente
Próximo. Esta nueva situación estratégica de Israel sirvió a los líderes de la
comunidad judía estadounidense para explotar el Holocausto con el fin de
promover su nueva situación privilegiada, y para inmunizar a la política de
Israel contra toda crítica. Finkelstein sostiene que uno de los mayores
peligros para la memoria de las víctimas del nazismo procede precisamente de
aquellos que se erigen en sus guardianes.
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Naomi
Wimborne-Idrissi y el profesor Norman Finkelstein durante una exposición a
favor de Palestina el viernes 11 de noviembre de 2011, en el University College
de Londres. Se puede leer un banner en inglés que reza: “Es Kosher (o sea, es
legítimo según la Ley Judía)
boicotear las mercaderías israelíes. Dice NO a la injusticia” |
Basándose en una gran cantidad de fuentes hasta ahora
no estudiadas, Finkelstein descubre la doble extorsión a la que los grupos de
presión judíos han sometido a Suiza y Alemania y a los legítimos reclamantes
judíos del Holocausto. Denuncia que los fondos de indemnización no han sido
utilizados en su mayor parte para ayudar a los supervivientes del Holocausto,
sino para mantener en funcionamiento «la industria del Holocausto».
Gizella Weisshaus, una sobreviviente del Holocausto,
denuncia: «Yo presenté la primera de las
demandas contra 105 bancos suizos para solicitar indemnización por el
Holocausto. Es necesario que se diga la verdad con respecto a los fondos de
indemnización. Las grandes organizaciones judías han estafado a los
supervivientes del Holocausto, muchos de los cuales viven en la pobreza. Pero
nadie se interesa por la documentación relacionada con este escándalo. Norman
Finkelstein ha roto, al fin, este silencio. Exhorto a todo el mundo a leer este
libro en el que se relata la verdadera historia de nuestro sufrimiento.»
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Norman
Finkelstein se solidariza con Sami Amin Al-Arian y su familia (esposa Nahla,
hija Leila e hijo Abdallah) en una visita a su domicilio. El Dr. Sami Amin
Al-Arian es un ingeniero de sistemas palestino nacido en Kuwait con residencia
en Northern Virginia (EE.UU.). Activista musulmán y ex profesor de la University of South
Florida, fue acusado de terrorista en febrero de 2006 por apoyar a la
organización de resistencia palestina Yihad Islámica. Luego de diversos
procedimientos judiciales se le dio una sentencia temporal de arresto
domiciliario mientras aguarda su juzgamiento definitivo. |
«La subordinación de Israel al poderío estadounidense
fue un regalo caído del cielo para las elites judías de EE.UU. El sionismo
había surgido de la premisa de que pensar en la asimilación era levantar
castillos en el aire, y de que los judíos siempre serían percibidos como
extranjeros potencialmente desleales. Para resolver este dilema, los sionistas
aspiraban a crear una patria judía. Sin embargo, la proclamación del Estado de
Israel vino a exacerbar el problema, al menos para los judíos de la diáspora,
pues dio expresión institucional a la acusación de la doble lealtad.
Paradójicamente, a partir de junio de 1967, Israel ‘facilitó’ la asimilación en
estados Unidos: desde entonces, los judíos pasaron a formar parte de la
vanguardia defensiva de EE.UU. —e incluso de la “civilización Occidental”— en
contra de las retrógradas hordas árabes. Así como antes de 1967 hablar de
Israel era invocar al fantasma de la doble lealtad, después de la guerra de los
Seis Días, Israel pasó a significar lealtad máxima. A fin de cuentas, eran los
israelíes, y no los estadounidenses quienes combatían y morían para proteger
los intereses de EE.UU. Y, a diferencia de los reclutas de la guerra de
Vietnam, los combatientes israelíes no fueron humillados por advenedizos
tercermundistas. Por todo
esto, las elites judeo-estadounidenses descubrieron repentinamente a Israel.
Después de la guerra de los Seis Días, ya se podía celebrar la pujanza militar
de Israel, pues sus armas apuntaban en la dirección correcta, es decir, en
contra de los enemigos de EE.UU. Hasta entonces, la única baza de las elites
judías había sido ofrecer listas de judíos subversivos; ahora podían
presentarse como el interlocutor natural del valor estratégico más
recientemente adquirido por Estados Unidos. Quienes fueron actores de segunda
fila habían saltado a la letra grande de las carteleras del drama de la guerra
fría. Así pues, Israel se convirtió en una valor estratégico no sólo para
Estados Unidos, sino también para la comunidad judía estadounidense.»
El Dr. Finkelstein nos confirma que en el seno de la
comunidad judía estadounidense continúa vigente la ideología racista heredada
del concepto del Blut und Boden de
los nazis: «Según el novelista Philip Roth,
lo que hereda un niño judío estadounidense no es “un corpus legislativo, ni un corpus
de conocimientos, ni un lenguaje, ni tampoco un Dios…, sino un tipo de psicología:
y esa psicología puede traducirse en cuatro palabras: “los judíos somos
mejores”.
Como veremos a continuación, el Holocausto era la versión negativa del
jactancioso éxito mundano: servía para validar la condición de pueblo elegido
de los judíos.»
El esquema de la Industria del Holocausto concibió al
antisemitismo como un odio gentil estrictamente irracional hacia los judíos. El
invocar al Holocausto fue, por lo tanto, una maniobra de los sionistas para
deslegitimar toda crítica hacia Israel: cualquier crítica sólo podía surgir de
un odio patológico.
«Apropiándose de un principio básico del sionismo, la
estructura del Holocausto presenta la solución final de Hitler como el clímax
del milenario odio gentil a los judíos. Los judíos perecieron porque todos los
gentiles, ya fueran perpetradores o colaboradores pasivos, deseaban que
murieran. Según Wiesel,
“el mundo libre y civilizado” puso a
los judíos en manos “del verdugo. Hubo
quien actuó como asesino y quien guardó silencio.”
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George Bush y Elie
Wiesel |
No hay la menor evidencia histórica que respalde la existencia de ese impulso
asesino de los gentiles. El laborioso esfuerzo de Daniel Goldhagen
por demostrar una variante de esta argumentación en Hitler’s Willing Executioners puede considerarse como mucho
literatura cómica.
Lo cual no impide que la utilidad política de esta línea de argumentación sea
considerable. Podría señalarse, de paso, que la teoría del “eterno
antisemitismo” en realidad resulta práctica para los antisemitas. Como comenta
Arendt en Los orígenes del totalitarismo, “el que esta doctrina fuera adoptada
por los antisemitas profesionales es absolutamente lógico; proporciona la mejor
coartada posible para todo tipo de atrocidades. Si es cierto que la humanidad
lleva más de dos mil años empeñada en asesinar a los judíos, matar a los judíos
debe de ser una ocupación normal, e incluso humana, y el odio a los judíos
queda justificado sin necesidad de recurrir a argumentación alguna. Lo más
sorprendente con respecto a esta explicación es que ha sido adoptada por muchísimos
historiadores objetivos y por un número de judíos aún mayor”.
|
Obama y Elie
Wiesel |
El dogma del Holocausto del eterno odio gentil ha valido para justificar la
necesidad de un Estado judío como para dar cuenta de la hostilidad dirigida
contra Israel. El Estado judío es la única salvaguarda posible contra el
próximo (e inevitable) estallido de antisemitismo homicida; y, a la inversa, el
antisemitismo homicida está detrás de todo ataque e incluso detrás de toda
maniobra defensiva en contra del Estado judío. La novelista Cynthia Ozick
dio una explicación sencilla de las críticas a Israel: “El mundo quiere eliminar a los judíos […], el mundo siempre ha querido eliminar a los judíos.”
Si todo el mundo desea que los judíos desaparezcan, lo realmente extraño es que
sigan vivos… y que, a diferencia de buena parte de la humanidad, no estén
precisamente muriéndose de hambre. Por otra parte, este dogma ha conferido a
Israel licencia absoluta para obrar a su antojo: puesto que los gentiles
siempre están empeñados en asesinar judíos, éstos tienen todo el derecho a
protegerse comoquiera que lo estimen conveniente. Sean cuales fueren los
métodos a que recurran los judíos más expeditivos, incluidas la agresión y la
tortura, todo constituye una legítima defensa. Deplorando la “lección” del eterno
odio gentil que ha extraído del Holocausto, Boas Evron
observa que “es a todas luces equivalente a cultivar deliberadamente la
paranoia […] Esta mentalidad […] persona de antemano cualquier trato inhumano
que se inflija a los no judíos, ya que la mitología dominante sostiene que
‘todo el mundo colaboró con los nazis para destruir a la comunidad judía’. Y,
en consecuencia, los judíos lo tienen todo permitido en su relación con otros
pueblos.” [..] Al
eximir a los judíos de toda culpa, el dogma del Holocausto inmuniza a Israel y
a toda la comunidad judía estadounidense contra la censura legítima. […] Veamos
lo que dice Wiesel sobre la persecución de los judíos: “Durante dos mil años […] siempre
estuvimos amenazados […]. ¿Por qué?
Por ningún motivo.” O sobre la hostilidad árabe hacia Israel: “Debido a que somos quienes somos y a lo que
nuestra patria, Israel, representa (el corazón de nuestras vidas, el sueño de
nuestros sueños), cuando nuestros enemigos traten de destruirnos, lo harán
tratando de destruir a Israel.” […] Siempre
castigado, siempre inocente: tal es la carga de ser judío.”
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El presidente
Bush junto al presidente Shimon Peres y al primer ministro Ehud Olmert en el
Museo del Holocausto en Jerusalén, el viernes 11 de enero de 2008 |
Chaumont
señala con acierto que este dogma del Holocausto es muy eficaz para conferir
mayor aceptabilidad a otros crímenes. La insistencia en la radical inocencia de
los judíos —por ejemplo, la ausencia de cualquier motivo racional para su
persecución, y no digamos ya para su aniquilación— hace que “se presuponga un estatus ‘normal’ para
otras persecuciones y asesinatos que se den en otras circunstancias, y se crea
así una división de facto entre los crímenes incondicionalmente intolerables y
los crímenes con los que uno debe —y, por tanto, puede— convivir.” […] En el marco de referencia del
Holocausto, el dogma del eterno odio gentil valida asimismo el dogma complementario
de la singularidad. Si el Holocausto señaló el clímax del milenario odio gentil
a los judíos, la persecución de los no judíos durante el Holocausto fue algo
meramente accidental, y la persecución de los no judíos a lo largo de la
historia no pasa de ser episódica. Se mire por donde se mire, el sufrimiento
judío durante el Holocausto fue excepcional. El sufrimiento judío fue único por
que los judíos también lo son. […] El motivo del odio que los judíos inspiraban
al mundo gentil era la envidia, los celos: el resentimiento. Según Nathan y
Ruth Ann Perlmutter, el antisemitismo surgió de “los celos y el resentimiento que sentían los gentiles porque los
judíos superasen a los cristianos en el mundo mercantil […] Los judíos,
mejor dotados y en inferioridad numérica, inspiraban rencor a los gentiles,
peor dotados y mucho más numerosos.”
Así pues, aunque fuera de una manera negativa, el Holocausto vino a confirmar
la condición de pueblo elegido de los judíos. Como los judíos son mejores, o
tienen más éxito, sufrieron la ira de los gentiles, que luego los asesinaron.
En un breve aparte, Novick
se pregunta: “Que se diría del Holocausto en Estados Unidos” si Elie Wiesel no
fuera su “principal intérprete?”
No es difícil dar con la respuesta: antes de la guerra de 1967, el mensaje
universalista de Bruno Bettelheim,
superviviente de los campos de concentración, tenía gran resonancia entre los
judíos estadounidenses. Después de la guerra de junio, se arrinconó a
Bettelheim para entronizar a Wiesel. La preeminencia de Wiesel está en función
de su utilidad ideológica. Singularidad del sufrimiento judío/singularidad de
los judíos, gentiles siempre culpables/judíos siempre inocentes, defensa
incondicional de Israel/ defensa incondicional de los intereses judíos: Eli Wiesel
es el Holocausto.»
Elie Wiesel no solamente es el ejemplo por antonomasia
de la Industria
del Holocausto sino el modelo del servidor incondicional del Imperio
Norteamericano, sea bajo la versión republicana de Bush o la versión demócrata
de Obama. También es un negacionista sistemático de los derechos inalienables
del pueblo palestino. En una larga entrevista con el ex presidente francés
François Mitterrand (1916-1996), Wiesel le transmitía su escabroso punto de
vista: «Hace mucho que usted repite que
conviene reconocerles una patria a los palestinos. ¿Pero cómo hacerlo? Es un
terreno minado. Hay tanta esperanza ligada a tanto sufrimiento. Parece una
enfermedad incurable. Tal como hay enfermedades que los médicos consideran
incurables, así deberían considerar esto los hombres de Estado. No creo que
este problema se pueda resolver fácilmente entre israelíes y árabes, incluso a
pesar de que hoy se haya firmado un acuerdo. […] ¿Conoció a los grandes jefes de Israel? Ben Gurion, Golda Meir, Begin,
Moshe Dayan…»
Elie Wiesel, un Premio Nobel de la Paz que declara la grandeza de
Ben Gurion y Begin: dos terroristas que trabajaron codo a codo con los nazis
dándoles la espalda a centenares de miles de judíos que fueron a parar a los
campos de la muerte por cometer el pecado imperdonable de no avenirse a los
dictados del sionismo.
Norman Finkelstein es uno de los mejores analistas del conflicto en Palestina, el como judio, repudia las acciones de Israel, su obra merece ser difundida.