«La respuesta sionista constaba de dos aspectos: por
un lado, decían que el antisemitismo acompañaría a los judíos dondequiera que
fueran, y por otro —y más importante— que fueron los judíos quienes crearon el
antisemitismo debido a sus propias características. La causa principal del
antisemitismo, insistían los sionistas, era la existencia en el exilio de los
judíos que vivían parasitariamente de sus “anfitriones”. En esa visión,
prácticamente no había campesinos judíos en la diáspora. Los judíos vivían en
ciudades, eran ajenos a los oficios comunes —o directamente los rechazaban— y
se ocupaban de asuntos intelectuales o comerciales. En el mejor de los casos
—siempre según los sionistas—, sus alegatos de patriotismo resultaban huecos en
tanto transitaban eternamente de un país a otro. Y cuando se creían socialistas
e internacionalistas, en realidad no eran más que los intermediarios de la
revolución, disputando “batallas de otra gente”… Todas esas tesis daban cuerpo
a un sistema de creencias conocido como shehilat
ha’galut (la ‘negación de la diáspora’) y sostenido por toda la gama de
sionistas, que diferían tan sólo en cuestiones de detalle. Tales dogmas
abundaban en la prensa sionista, donde la cualidad distintiva de muchos
artículos era su hostilidad hacia la totalidad del pueblo judío. Cualquiera que
leyera estas piezas sin conocer su fuente hubiera asumido automáticamente que
provenía de la prensa antisemita. […]
En 1935, el escritor estadounidense Ben Frommer,
ligado a los sionistas revisionistas de ultraderecha, afirmaba lo siguiente
acerca de no menos de 16 millones de sus colegas judíos:
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Micha Josef
Berdyczewski |
“Es un hecho innegable que
colectivamente los judíos son insanos y neuróticos. Esos judíos profesionales que,
heridos, niegan indignamente esta verdad están entre los enemigos más grandes
de su raza, porque de esa manera la conducen a buscar falsas soluciones, o a lo
sumo paliativos.”
Este tipo de autoodio judíos permeaba en gran parte de
los escritos sionistas. En 1934, Yehezkel Kaufman,
reputado erudito de historia bíblica en la Universidad Hebrea
de Jerusalén y además sionista levantó una violenta controversia rebuscando en
la literatura hebrea ejemplos aún peores. […] Un libro de Kaufman, Hurban Hanefesh [Destrucción del alma],
citaba a tres clásicos del pensamiento sionista; uno de ellos, Micha Yosef Berdyczevsky,
consideraba que los judíos no eran “ni nación, ni pueblo, ni humanos”; para
otro, Yosef Chaim Brenner,
no eran más que “gitanos, perros sucios, inhumanos, perros heridos”; para el
tercero, A. D. Gordon,
su pueblo no era mejor que “parásitos, gente básicamente inútil”.
[…]
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Sentados, de izq.
a der.: Yitzhak Ben-Zvi, David Ben Gurion y Yosef Haim Brenner; parados: Aharon
Reuveni y Jacob Zerubavel. Foto de 1912 en Palestina |
El sionismo laborista produjo su propia y
exclusiva rama de autoodio judío. A pesar de su nombre y pretensiones, el
sionismo laborista nunca fue capaz de ganar a una parte significativa de la
clase trabajadora judía en ningún país de la diáspora. Sus miembros esgrimían
un autodestructivo argumento: afirmaban que los trabajadores judíos se
encontraban en industrias “marginales” —como la textil—, que no resultaban
esenciales para la economía de las naciones “anfitrionas”, y que por lo tanto
los trabajadores judíos siempre serían marginales al movimiento de la clase
trabajadora en sus países de residencia. Los trabajadores judíos —seguían
diciendo— sólo podrían emprender una lucha de clases “saludable” en su propia
tierra (es decir, en Palestina). Obviamente, los judíos pobres mostraban poco
interés en un autoproclamado movimiento laborista que no los llamaba a ponerse
en lucha en el presente inmediato para mejorar sus condiciones, sino más bien a
preocuparse por la lejana Palestina. […] El sionismo laborista se convirtió en
una especie de secta contracultural, denunciando a los marxistas judíos por su
internacionalismo, y a la clase media judía como explotadores parásitos de las
naciones “anfitrionas”. El Holocausto llevó a estos Jeremías a recobrar el
sentido; sólo entonces apreciaron las similitudes entre su propio mensaje y la
propaganda nazi antijudía. En marzo de 1942, Chaim Greenberg,
entonces editor del Jewish Frontier
—órgano del laborismo sionista de Nueva York—, reconoció con pesar que, de
hecho, había habido “… una época en la
que estaba de moda para los voceros sionistas (incluyendo el que escribe)
declarar desde sus tribunas que ‘para ser un buen sionista uno debe ser un
tanto antisemita’.”