La comunión herzliana-wagneriana estaba en realidad en
sintonía con otras concepciones que iban desde el racismo eurocentrista a una
poco conocida pero inocultable tendencia al terrorismo y a la eliminación
física de sus opositores:
«Ahora bien: si se quiere fundar hoy una nación,
no hay que hacerlo de la manera que hace mil años fuera la única posible. Sería
una insensatez regresar a estados de cultura ya superados, cosa que querrían
algunos sionistas. Por ejemplo, si tuviéramos que exterminar a las fieras en
determinado país, no lo haríamos a la manera de los europeos del siglo V. No
atacaríamos aisladamente a los osos armados de jabalinas y lanzas, sino que
organizaríamos una grande y alegre cacería, dando batida a las bestias hasta
tenerlas reunidas y entonces les arrojaríamos una bomba de melinita.»
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El Imperio
Británico hacia 1886 |
La perspectiva de Herzl se inserta indiscutiblemente
en el gran movimiento de expansión colonial de la Europa del siglo XIX. El
mundo estaba entonces dominado por las grandes potencias del continente europeo.
Toda acción tendiente a una transformación política debía obtener como mínimo
su acuerdo, o mejor, su apoyo. Para lo cual debía tener ventajas para ellas.
Y Herzl realza las ventajas que podría aportar el
nuevo Estado sionista tanto a los que cedieran el territorio como a las
potencias que favorecieran la cesión. Para las potencias europeas, en el caso
de que Palestina fuera el territorio escogido, esto es lo que proyecta y
promete Herzl: «Para Europa formaríamos allí parte integrante del baluarte
contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra
la barbarie. Como estado neutral mantendríamos relaciones con toda Europa que,
a su vez, tendría que garantizar nuestra existencia.»
Una de las ventajas más inmediatas que Herzl recalca a
los gobernantes europeos es el papel que puede jugar el sionismo al absorber la
energía revolucionaria de los proletarios judíos y debilitar los partidos
socialistas, que constituían para esos gobiernos una amenaza permanente.
«Expliqué que estábamos
alejando a los judíos de los partidos revolucionarios.»
A Inglaterra, su nación favorita, Herzl le
aseguraba que diez millones de judíos «tendrán todos a Inglaterra en el
corazón, si mediante esa acción se convierte en la potencia protectora del
pueblo judío. De un golpe, Inglaterra tendrá diez millones de súbditos secretos
pero leales, activos en todas las clases sociales de todo el mundo. Ante una
señal, todos ellos se pondrán al servicio de la nación magnánime que da una
ayuda largamente deseada. Inglaterra tendrá diez millones de agentes para su
grandeza y su influencia. Y todo el efecto de esta clase de cosas generalmente
se difunde de lo político a lo económico.»
T. Herzl, “El Estado
Judío”, en Páginas Escogidas:1949, pp. 110-111.
Raphael Patai:1960; Vol. III, pp.
1365-66.