«… el sionista oficial Gerhart Holdheim escribió en
1930 en una edición del Süddeutsche
Monatshefte, dedicado a la cuestión judía (una publicación en la que entre
otros, líderes antisemitas emitían sus puntos de vista):
“El Programa Sionista
comprende la concepción de una judería homogénea e indivisible sustentada por
una base nacional El criterio para la comunidad judía no es por lo tanto, una
confesión de la religión, sino el sentido de pertenencia a una comunidad racial
que está unida por los lazos de sangre y de la historia y que está decidida a
mantener su individualidad nacional”.
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Alfred Rosenberg,
ideólogo del nazismo |
Ese fue el mismo lenguaje, la misma fraseología que
usaron los fascistas. No es de extrañar entonces que los fascistas alemanes
dieran la bienvenida a las concepciones de los sionistas, con Alfred Rosenberg,
el jefe de la ideología del Partido nazi, escribiendo:
“El sionismo debe ser
apoyado vigorosamente para que cierto número de alemanes judíos sea
transportado anualmente a Palestina o por lo menos les permita salir del país.”
Con un ojo puesto en esas declaraciones, Hans Lamm
escribió más tarde:
“… es indiscutible que
durante las primeras etapas de su política hacia los judíos, los
nacionalsocialistas pensaron que era apropiado adoptar una actitud
prosionista.”»
«Los graduados universitarios alemanes, que asumieron
el control del movimiento sionista tras la muerte de Herzl, desarrollaron la
ideología modernista y racista del separatismo judío. Se hallaban poderosamente
influidos por sus compañeros pangermánicos de estudios del movimiento Wandervögel (‘aves migratorias’ o
‘espíritus libres’), que dominó los campus alemanes antes de la primera guerra
mundial. Estos chovinistas rechazaban a los judíos por no ser de Blut (‘sangre’) alemana: en
consecuencia, nunca podrían formar parte del Volk (‘pueblo’) alemán y eran ajenos al Boden o suelo teutón. Todos los estudiantes judíos hubieron de
tratar con estos conceptos, que impregnaban el ambiente. Unos pocos se movieron
hacia la izquierda y se unieron a los socialdemócratas, huyendo de lo que
consideraban una forma más de nacionalismo burgués, que debía ser combatido
como tal. La mayoría permaneció como Kaiser-treu,
nacionalistas duros que insistían en que mil años en el Boden alemán los había
convertido en “alemanes de confesión mosaica”. Pero un cierto número de
estudiantes judíos adoptó la ideología del Wandervögel,
traduciéndola simplemente a terminología sionista. De este modo, coincidían con
los antisemitas en puntos fundamentales: los judíos no eran parte del Volk alemán y, por supuesto, los judíos
y los alemanes no debían mezclarse sexualmente, no por razones religiosas
tradicionales, sino por amor a su propia y única Blut. No siendo de Blut teutónica,
ellos forzosamente habrían de tener su propio Boden: Palestina. […]
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Martin Buber |
Así, el joven filósofo Martin Buber
fue capaz de combinar el sionismo con un ardiente patriotismo alemán durante la
primera guerra mundial. En su libro Drei
Reden ueber das Judentum, publicado en 1911, Buber habla de un joven que “percibe en esta inmortalidad de las
generaciones una comunidad de sangre, que él siente que son los antecedentes de
su yo, su perseverancia en el infinito pasado. A esto se añade el
descubrimiento. Promovido por esta conciencia, de que la sangre es una fuerza
nutriente profundamente arraigada dentro del individuo; que los más profundos
estratos de nuestro ser están determinados por la sangre; que nuestro
pensamiento íntimo y nuestra voluntad están coloreados por ella. Ahora descubre
que el mundo en torno a él es el mundo de impresiones e influencias, donde la
sangre es el dominio de una sustancia capaz de ser impresa e influida, una
sustancia que absorbe y asimila todo dentro de su propia forma. Aquel que,
enfrentando alguna vez a la elección entre medio ambiente y sustancia, se
decide por la sustancia, habrá de ser una forma verdaderamente judía por
dentro, vivir como un judío con toda la contradicción, toda la tragedia y toda
la promesa futura de su sangre.”
[…]
Lo que se necesitaba era una versión popular sionista
del darwinismo social que se había implantado en el mundo intelectual burgués
desde las conquistas imperiales de Europa en África y Oriente; tal versión fue
desarrollada por el antropólogo austriaco Ignatz Zollschan,
para quien el valor secreto del judaísmo consistía en que había originado, aún
sin pretenderlo, una maravilla de maravillas, “una nación de sangre pura, no manchada por las enfermedades del exceso
o la inmoralidad, de un sentido de pureza familiar altamente desarrollado, de
hábitos virtuosos profundamente arraigados y una actividad intelectual
excepcional. Además, la prohibición del matrimonio mixto evitó que estos
tesoros étnicos se malograran por la mezcla con razas menos cuidadosamente engendradas.
[…] Si una raza que está tan altamente
dotada tuviera la oportunidad de desarrollar nuevamente su poder original, nada
podría igualar sus valores culturales.”
Incluso Albert Einstein suscribió las concepciones
sionistas de raza, y al hacerlo reforzó el racismo, otorgándole además el
prestigio de su reputación. Sus propias contribuciones a la discusión suenan
profundas, pero están basadas en el mismo sinsentido:
“Naciones con una
diferencia racial parecen tener instintos que trabajan contra su fusión. La
asimilación de los judíos a las naciones europeas […]
No erradicará el sentimiento de carencia de
parentesco entre ellos y aquellos entre quienes ellos viven. En última
instancia, el sentimiento instintivo de carencia de parentesco es referible a
la ley de conservación de la energía. Por esta razón no puede ser erradicado
mediante sumas de presión bien intencionadas.”
Buber, Zollschan y Einstein fueron sólo tres de entre
los sionistas clásicos que pontificaron eruditamente sobre la pureza racial. No
obstante, pocos podrían igualar el fanatismo del estadounidense Maurice Samuel.
Afamado escritor en su momento —más tarde, en los años cuarenta, trabajaría
junto a Weizmann en la autobiografía de este último—, Samuel se dirigió al
público estadounidense en su escrito I,
the Jew [Yo, el judío] (1927), en el que denunciaba con horror las
características de cierta población que, según admitió el propio Samuel, sólo
conocía por su reputación y que recuerda mucho a la sibarítica colonia de
artistas de Taos, en Nuevo México:
“Allí están juntos en ese
pequeño lugar, representantes del africano negro, el americano mongol y el
chino, el semita y el ario […] se ha establecido el libre matrimonio mixto […]
¿por qué esta imagen, parte actual, parte fantástica, me llena de una
repugnancia extraña, sugiere lo obsceno, lo oscuramente bestial? […] ¿Por qué entonces esa aldea me atrae a la
mente una masa de reptiles reproduciéndose feamente en algún cubo?”»
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Fritz Haber y
Albert Einstein en 1914 |
Sin embargo, y en favor de Einstein, es necesario
mencionar algunos aspectos que lo enaltecen de manera extraordinaria. Durante la Primera Guerra Mundial, su
colega y amigo alemán judío Fritz Haber
desarrolló la guerra del gas a favor de Alemania, guerra condenada por
Einstein. [Precisamente, el gas de cianuro Zyklon A, inventado por Haber, fue refinado
por los nazis para producir el Zyklon B, ácido cianhídrico, con el que gasearon
a los judíos, a los gitanos y otros prisioneros en los campos de concentración durante
la Segunda Guerra
Mundial].
A partir de 1929, y en diversas oportunidades, Einstein
rechazará las acciones del sionismo. Por ejemplo, en una carta dirigida a
Weizmann, reflexiona lúcidamente y vaticina hechos futuros: «Si nosotros nos revelamos incapaces de
alcanzar una cohabitación y acuerdos con los árabes, entonces no habremos
aprendido estrictamente nada durante nuestros dos mil años de sufrimientos y
mereceremos todo lo que llegue a sucedernos.»
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Albert Einstein
durante la primera guerra mundial |
En 1938, condenaba una vez
más la orientación sionista con estas palabras: «En mi opinión, sería más razonable llegar a un acuerdo con los árabes
sobre la base de una vida común en paz y no sobre la base de crear un Estado
judío. [...] La conciencia que tengo
de la naturaleza del judaísmo tropieza con la idea de un Estado judío dotado de
fronteras, de ejército y de un proyecto de poder temporal, aunque sea modesto.
Temo los perjuicios internos que el judaísmo sufrirá a causa del desarrollo,
entre nosotros, de un nacionalismo estrecho. [...] Nosotros no somos los judíos de la época macabea. Convertirse en una
nación, en el sentido político de la palabra, equivaldría a desviarse de la
espiritualidad de nuestra comunidad que debemos al genio de nuestros profetas.»