sábado, 10 de marzo de 2012

Capítulo XVII - Para ser un buen sionista uno debe ser hasta cierto punto antisemita

«La respuesta sionista constaba de dos aspectos: por un lado, decían que el antisemitismo acompañaría a los judíos dondequiera que fueran, y por otro —y más importante— que fueron los judíos quienes crearon el antisemitismo debido a sus propias características. La causa principal del antisemitismo, insistían los sionistas, era la existencia en el exilio de los judíos que vivían parasitariamente de sus “anfitriones”. En esa visión, prácticamente no había campesinos judíos en la diáspora. Los judíos vivían en ciudades, eran ajenos a los oficios comunes —o directamente los rechazaban— y se ocupaban de asuntos intelectuales o comerciales. En el mejor de los casos —siempre según los sionistas—, sus alegatos de patriotismo resultaban huecos en tanto transitaban eternamente de un país a otro. Y cuando se creían socialistas e internacionalistas, en realidad no eran más que los intermediarios de la revolución, disputando “batallas de otra gente”… Todas esas tesis daban cuerpo a un sistema de creencias conocido como shehilat ha’galut (la ‘negación de la diáspora’) y sostenido por toda la gama de sionistas, que diferían tan sólo en cuestiones de detalle. Tales dogmas abundaban en la prensa sionista, donde la cualidad distintiva de muchos artículos era su hostilidad hacia la totalidad del pueblo judío. Cualquiera que leyera estas piezas sin conocer su fuente hubiera asumido automáticamente que provenía de la prensa antisemita. […]
En 1935, el escritor estadounidense Ben Frommer, ligado a los sionistas revisionistas de ultraderecha, afirmaba lo siguiente acerca de no menos de 16 millones de sus colegas judíos:
Micha Josef Berdyczewski
“Es un hecho innegable que colectivamente los judíos son insanos y neuróticos. Esos judíos profesionales que, heridos, niegan indignamente esta verdad están entre los enemigos más grandes de su raza, porque de esa manera la conducen a buscar falsas soluciones, o a lo sumo paliativos.”[1]
Este tipo de autoodio judíos permeaba en gran parte de los escritos sionistas. En 1934, Yehezkel Kaufman[2], reputado erudito de historia bíblica en la Universidad Hebrea de Jerusalén y además sionista levantó una violenta controversia rebuscando en la literatura hebrea ejemplos aún peores. […] Un libro de Kaufman, Hurban Hanefesh [Destrucción del alma], citaba a tres clásicos del pensamiento sionista; uno de ellos, Micha Yosef Berdyczevsky[3], consideraba que los judíos no eran “ni nación, ni pueblo, ni humanos”; para otro, Yosef Chaim Brenner[4], no eran más que “gitanos, perros sucios, inhumanos, perros heridos”; para el tercero, A. D. Gordon[5], su pueblo no era mejor que “parásitos, gente básicamente inútil”.[6] […]
Sentados, de izq. a der.: Yitzhak Ben-Zvi, David Ben Gurion
 y Yosef Haim Brenner;
parados: Aharon Reuveni y Jacob Zerubavel.
 Foto de 1912 en Palestina
El sionismo laborista produjo su propia y exclusiva rama de autoodio judío. A pesar de su nombre y pretensiones, el sionismo laborista nunca fue capaz de ganar a una parte significativa de la clase trabajadora judía en ningún país de la diáspora. Sus miembros esgrimían un autodestructivo argumento: afirmaban que los trabajadores judíos se encontraban en industrias “marginales” —como la textil—, que no resultaban esenciales para la economía de las naciones “anfitrionas”, y que por lo tanto los trabajadores judíos siempre serían marginales al movimiento de la clase trabajadora en sus países de residencia. Los trabajadores judíos —seguían diciendo— sólo podrían emprender una lucha de clases “saludable” en su propia tierra (es decir, en Palestina). Obviamente, los judíos pobres mostraban poco interés en un autoproclamado movimiento laborista que no los llamaba a ponerse en lucha en el presente inmediato para mejorar sus condiciones, sino más bien a preocuparse por la lejana Palestina. […] El sionismo laborista se convirtió en una especie de secta contracultural, denunciando a los marxistas judíos por su internacionalismo, y a la clase media judía como explotadores parásitos de las naciones “anfitrionas”. El Holocausto llevó a estos Jeremías a recobrar el sentido; sólo entonces apreciaron las similitudes entre su propio mensaje y la propaganda nazi antijudía. En marzo de 1942, Chaim Greenberg[7], entonces editor del Jewish Frontier —órgano del laborismo sionista de Nueva York—, reconoció con pesar que, de hecho, había habido “… una época en la que estaba de moda para los voceros sionistas (incluyendo el que escribe) declarar desde sus tribunas que ‘para ser un buen sionista uno debe ser un tanto antisemita’.”[8] [9]


[1] Ben Frommer, “The Significance of a Jewish State”, en Jewish Call, Shanghai, (May 1935), p. 10.
[2] Yehezkel Kaufmann (1889-1963), nacido en Ucrania, fue un filósofo, erudito de la Biblia y profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
[3] Micha Josef Berdyczewski (1865-1921), autor ucraniano que escribió en hebreo, idish y alemán. La moshav (cooperativa agrícola) israelí de Sdot Micha, fundada en 1955 al oeste de Beit Shemesh (cerca de Jerusalén) con colonos sionistas procedentes de Marruecos, lleva este nombre en homenaje a Micha Josef Berdyczewski. La base aérea aledaña de Sdot Micha, dispone de plataformas de lanzamiento de misiles Jericho 1 y 2.
[4] Yosef Chaim Brenner (1881-1921), autor ruso, uno de los pioneros de la literatura hebrea moderna.
[5] Aaron David Gordon (1856-1922), fue fundador del grupo sionista Hapoel Hatzair (Jóvenes Trabajadores), activo en Palestina entre 1905 y 1930.
[6] Yehezkel Kaufman, “Hurban Hanefesh: A Discussion of Zionism and Anti-Semitism”. Issues of The American Council For Judaism. Marietta, GA. (Winter 1967), p. 106.
[7] Hayim Greenberg (1889-1953) fue un intelectual sionista nacido en Besarabia (hoy repartida entre Moldavia y Ucrania).
[8] Chaim Greenberg, “The Myth of Jewish Parasitism”, en Jewish Frontier (March 1942), p. 20.
[9] Lenni Brenner:2011, pp. 51-55.