sábado, 10 de marzo de 2012

Capítulo XXXIX - Hannah Arendt denuncia la subordinación del sionismo al imperialismo


Hannah Arendt
«… ya en 1944, Hannah Arendt había destacado otro aspecto aún más dramático y cruel de la ideología sionista, en especial para todos aquellos que sostenían y siguen sosteniendo que esa ideología es la de un movimiento nacional de liberación, al denunciar las alianzas de los dirigentes sionistas con las grandes potencias de la época para el logro de sus objetivos coloniales.
Ella también como Forrester, señalaba la figura de Bernard Lazare como el único sionista que pudo haber liderado el movimiento con una actitud de lucha como la que había emprendido en el caso del capitán Alfred Dreyfus. En cambio, tanto Herzl como Weizman, por complejas razones que ella trata de comprender, siguieron el camino opuesto al que debieron haber elegido, para ser un movimiento de liberación del pueblo judío. Y describe así la posición y actitud de Teodoro Herzl, de Chaim Weizmann, a quienes describe como sionistas occidentales, comparándolos con la posición que asumió Bernard Lazare:
“En nítido contraste con sus camaradas del este (europeo). Estos sionistas occidentales no fueron en absoluto revolucionarios; ellos nunca criticaron ni se rebelaron contra las condiciones sociales y políticas de su tiempo; muy al contrario, solamente querían para su propio pueblo el establecimiento de las mismas condiciones. Herzl soñaba con una empresa de transferencia de gran tamaño con la cual “el pueblo sin territorio” fuera transportado a un “territorio sin pueblo”; pero el pueblo mismo era para él una masa irresponsable, pobre, inculta (un ‘niño ignorante’, como lo expresó Bernard Lazare en su crítica a Herzl), que debía ser guiada y gobernada desde arriba. Herzl sólo habló de un verdadero movimiento popular en una ocasión —cuando él quiso amedrentar a los Rothschild y a otros filántropos para que lo apoyaran.” […]
“La alternativa a la vía que inició Herzl, y que Weizmann siguió hasta el amargo final, debió haber sido organizar al pueblo judío para negociar sobre la base de un gran movimiento revolucionario. Esto habría significado aliarse con todas las fuerzas progresistas de Europa; lo que ciertamente habría significado grandes riesgos. El único hombre dentro de la Organización sionista que se conoce que alguna vez consideró este camino fue el gran francés sionista, Bernard Lazare, el amigo de Charles Péguy,[1] quien tuvo que abandonar la organización en 1899. Desde entonces ningún responsable sionista creyó que el pueblo judío tendría la necesaria voluntad y capacidad política para alcanzar la libertad en lugar de ser levado hacia ella; por ello ningún dirigente oficial sionista ha osado hacer causa común con las fuerzas revolucionarias en Europa. En lugar de esto, los sionistas siguieron buscando la protección de las grandes potencias, negociando con ellas los posibles servicios a prestarles. Ellos sabían perfectamente que los que podrían ofrecer debía ser de real interés para esos gobiernos. Los sionistas fueron inducidos por una subordinación consecuente con la política británica, que estaba asociada con la lealtad incondicional de Weizmann a la causa del imperio británico en el cercano oriente, y por la absoluta ignorancia de las nuevas fuerzas imperialistas en acción.”[2]»[3]


[1] Charles Péguy, filósofo, escritor, poeta y ensayista francés, muerto en combate en la batalla del Marne, el 5 de septiembre de 1914. .
[2] Hannah Arendt, The Jew as Pariah: Jewish Identity and Politics in the Modern Age. New York; Grove Press, 1978, pp. 146, 152-153.
[3] Saad Chedid, “Semita: una palabra vaciada de su significación y de su verdad: Un enfoque argentino”, en Étienne Balibar, Rony Brauman, Sylvain Cypel, Éric Hazan, Daniel Lindenberg, Marc Sait-Upéry, Denis Sieffert y Michel Warschawski, Antisemitismo: El Intolerable Chantaje. Enfoque estadounidense de Judith Butler – Enfoque argentino de Saad Chedid. Buenos Aires, Editorial Canaán, 2009, pp. 127-128.